La Casa Encendida.
19 de Noviembre de 2015- 10 de Enero de 2016.
Diecinueve
fragmentos en un mapa. Diecinueve partituras. Las
infinitas posibilidades que tenemos ante nosotros de combinar y
reestructurar la música de Karlheinz Stockhausen son el primer paso
que nos acerca al universo conceptual de la exposición.
No
es tan importante que sea nuestra
la elección de viajar
en torno a los fragmentos musicales -primero
uno, después otro, con
más intensidad o con tempos distintos- como el hecho de que es el
compositor el que ha dejado claro que somos libres de hacerlo. En el
espacio expositivo se nos presentan piezas cuyo valor está al
servicio de nuestras necesidades como espectador. Los objetos y las
obras de arte se diluyen y trascienden a lo que hemos decidido llamar
su valor. El culto al objeto de culto, lo dirigido frente a lo
encontrado.
Lo
que Pierre Bordieu convino en llamar violencia simbólica se traduce
a un entorno expositivo lúgubre y agobiante, que nos hace sentir
intrusos, personajes de una película que debe ser filmada a pesar de
nuestra presencia. Los continuos dispositivos, que detectan nuestra
inquietud y ponen en jaque nuestra forma de observar, narran la
historia muda de los espectadores a los que les toca ser observados.
Los
fotogramas de Tiefland,
película de Leni
Riefenstahl
y su oscura historia, de condescendencia y odio,
conversan con los de Appunti
per un Orestiade Africane
de Pier Paolo Passolini y llegan a conclusiones idénticas utilizando
idiomas distintos. Quien observa altera, como nos enseñó
Heisenberg.
Y
al igual que a la hora de observar, cuando somos invitados a mirar
las grietas, caemos en una trampa física de la que nos es imposible
escapar. Cuanto más certeros somos a la hora de distinguir los
márgenes del camino, más conscientes somos de la obscena violencia
que bombardea nuestra vida cotidiana. El
ejercicio del poder es fundamental para crear la identidad, para
definir el imaginario. Heredamos la violencia y esta convierte a
nuestros
sentidos en
verdugos
de los discursos disidentes. El guardarraíl accidentado que se nos
presenta en M-506
PK 20 +500,
de Rafael Munarriz es la imagen idónea para reflejar estos márgenes
que a la vez protegen y destruyen.
La
exposición nos pone en el centro de este torbellino de violencia y
poder, que arrastra objetos e imágenes consigo provocándonos
y obligándonos
a tomar decisiones. Y paso a
paso, objeto a objeto, pentagrama a pentagrama, vamos
creando nuestro propio discurso, nuestra propia violencia. La
intrépida propuesta curatorial es una invitación a
la deriva Debordiana.
El
recorrido, borrado a propósito contrapone la fe y la identidad, y
los enfrenta con la verdadera naturaleza objetual del deseo y la
violencia. El misticismo profano de los iconos y las ideas
relacionadas con el discurso del progreso, son expuestas y retratadas
sin piedad a través de una brillante selección de obras
que abarcan desde el siglo XIV hasta hoy. Appunti,
a pesar de ser creada por comisarios muy jóvenes y sin experiencia,
es una exposición arriesgada y cruda, que consigue remover la
conciencia de los espectadores y transformarlos en creadores de
ondículas
artísticas,
destapando el poder político de la mirada y el discurso con una
certeza arrebatadora. Rilke hablaba de la “Belleza
del Terror”,
Stockhausen
definió
el ataque al World Trade Center como “La
mayor obra de Arte de todos los tiempos”.
Appunti
es el límite macabro y divino entre el arte y el dolor, entre el
poder y la identidad.
"Es el espectador el que elige al compositor (como agente comisarial), y es el compositor el que quiere que sea el espectador el compositor".
ResponderEliminarEn nuestra visita a la exposición ya te concedí la razón al concebir la pieza de Stockhausen como eje vertebrador de la experiencia estética, y en el comienzo de la crítica así lo confirmas. A partir de ahí todo el texto adquiere un cierto carácter especular, asumiendo esa misma lógica relacional y dejándose contaminar por la propia esencia de la muestra: la libertad de movimiento, la metáfora fílmica e incluso un cierto aire de oscuridad que embarga al lector. Sutil.
Juer, que fue lo primero que hice en esa narrativa tetémica que propuse, nunca totémica. El Tete ya no es Rafa Mora, el Tete ha derivado en el Tetem.
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