Marina Núñez
El fuego
de la visión
Espacio Alcalá
31
17/12/2015 –27/03/2016
Lo
diferente, lo monstruoso, lo metamórfico, lo informe sigue dejándonos sin
aliento. Miramos con curiosidad morbosa,
giramos la cabeza y observamos de forma descarada. Es ese otro que enjuiciamos
por alejarse de formas preestablecidas, que repudiamos por estar fuera de
cualquier lógica estratificada, el que toma protagonismo en la exposición El
fuego de la visión.
La artista
Marina Núñez (Palencia, 1966) revisa nuestro
imaginario colectivo para destruir estructuras hegemónicas con la intención de
ofrecer nuevas posibilidades desterritorializantes.
En su trabajo ese otro no
tiene que ver con lo aberrante, con lo anómalo, con lo antinatural. Únicamente
se refiere a algo distinto, formas nuevas que estimulan la subversión de lo
reprimido frente a la ley y el canon que lo condenan.
El
discurso de género al que se acercó en la década de los 90 rechazaba el sistema
que subyuga la imagen de la mujer a representaciones pictóricas concretas, producidas
siempre desde la mirada masculina predominante.
En estos
últimos años el interés por lo humano, en su concepción más global, ha ido
adquiriendo cada vez mayor protagonismo en su trabajo. En la serie Ciencia ficción seres híbridos - mitad
humanos mitad máquinas - rompen la frontera de lo estipulado como identidades
performativas que se reconstruyen en cada interacción con su entorno, encarnando
el fin del ser normativizado.
El
reconocible estilo propio de los films de ficción, basado en increíbles mundos
avanzados tecnológicamente pero habitados por cuerpos definidos por una heteronormatividad
estanca, encuentra en el trabajo de Marina un distorsionado reflejo: un nuevo
universo de seres cambiantes que se relacionan con su entorno como cuerpos
cableados y conectados, sensibles a cualquier estímulo. Ciborgs llenos de
prótesis tecnológicas que no responden a viejos estereotipos y cuya piel deja
de ser un límite para convertirse en membrana porosa, en permanente relación
con lo que le rodea.
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José Jiménez
ha seleccionado para el espacio Alcalá 31 más de medio centenar de trabajos. Lejos
de plantearse como una retrospectiva, la muestra está subordinada a dos
conceptos recurrentes en la obra de la artista palentina y de gran importancia
para el comisario: el fuego, como pasión por la que se desenvuelven las
relaciones humanas, siempre cambiantes, dinámicas, generadoras de nuevas realidades;
y la visión, como ejercicio de conocimiento, miradas múltiples y enredadas que
buscan desde una posición activa relaciones que incentiven formas nuevas de
encuentro.
Pinturas al óleo, infografías, instalaciones y videos
editados en 3D conviven aquí de manera bulliciosa. El espacio central, completamente
diáfano, crea un eje longitudinal que dirige la mirada del espectador, trazando
una línea horizontal que se alarga desde el hombre de Vitruvio convertido en
monstruo que muta arácnido, a la obra titulada Grieta, un ojo en constante transformación que simula emerger de la
resquebrajada fachada del edificio.
Esta distribución espacial, en palabras de
José Jiménez, potencia una permanente relación entre las propias obras y el
espectador, acentuada por las dimensiones espectaculares de muchas de las video-
proyecciones.
En nuestro
recorrido por la sala encontramos un elemento que se repite de manera
continuada. Un ojo que observa, un ojo al que le crece pelo y se expande, un
ojo que acecha, un ojo vigilante, un ojo que se multiplica, un ojo que llega a
diluirse hasta desaparecer, un ojo metamórfico…
El ojo genera, se configura y muta en formas orgánicas nuevas, como vemos
en la obra creada específicamente para esta exposición y que da título a la
misma.
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Fotografía de la sala Alcalá 31, el fuego de la visión ( 2015) |
Diversas figuras
metamórficas ocupan paisajes desolados y apocalípticos, como en Ciudad fin (2009), donde lo humano se
funde con lo arquitectónico, construido a partir de huesos, desechos, y poblada
de esqueletos de seres imposibles. ¿Qué aparece tras una gran catástrofe? Nuevas
formas de vida.
A pesar de la
profusión de obra seleccionada para esta exposición coproducida junto al Museo
Artium, se echan de menos ciertas piezas representativas de la trayectoria de
Marina Núñez pertenecientes a la década de los 90, su etapa de máxima
visibilidad y consolidación en el mercado estatal.
Por otra
parte, el excesivo dirigismo discursivo, empeñado en reforzar una lectura
concreta del trabajo de la artista, acaba por resultar monótono y repetitivo,
provocando una pérdida de interés gradual a pesar del incesante bombardeo de
estímulos visuales que a modo de loop tratan
de sumergirnos en el fascinante mundo de los efectos especiales en 3D.
Jone Loizaga Sanjuan
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