Quince minutos:
Fernando
Zóbel. Circa 1959.
// espacio en
Blanca
Directora: Miriam Mateu.
Es algo muy común en el expresionismo
abstracto o el informalismo americano, que el espectador perciba algo de
caprichoso en la ejecución de obras. Muy diferente es el caso de Fernando
Zóbel, el cual explicaba en cierta ocasión que cada una de sus obras le llevaba
horas y horas de planificación, tras las cuales la elaboración de la misma solo
le ocupaba unos quince minutos. ¿El resultado? Obras puramente abstractas, pero
completamente armónicas, serenas, cuidadas hasta el último detalle. Obras absolutamente
únicas, de una abstracción sesuda y esmeradamente estética.
Sin duda las obras que la galería
Cayón tiene el honor de exponer en estos momentos reúnen todas las
peculiaridades de la pintura de Zóbel y a la vez muestran una tendencia
concreta dentro de su evolución. Son las obras realizadas entre los últimos
años de la los cincuenta y los primeros de los sesenta, y en estos momentos no
encontraremos el afán de Zóbel por mostrar la naturaleza, el agua, el paisaje
otoñal, que todos conocemos, sino una búsqueda exclusiva el movimiento. Un
movimiento sosegado, tan sosegado como sus paisajes abstractos, realizado en
negro sobre blanco, sin ayuda de los colores terrosos y verdes tomados del
natural, de tanta presencia en otras de sus obras.
Para las líneas, extremadamente finas,
el uso de las jeringuillas de cristal y de la tinta inyectada, difuminada
después de forma rápida y certera, en un resultado que se asemeja de forma más
evidente que nunca a la caligrafía oriental. De esta forma lo representado es
la sensación de un movimiento fugaz, de un gesto, de la imagen abstracta que el
movimiento genera en una mente, especialmente en una mente lírica como la de
este artista.
Especial mención entre estas obras
merece El nacimiento de Pegaso, de
1961, que no sin razón aparece en la Bienal de Venecia del año siguiente: un
pedazo de materia que se desprende de su seno, un instante fugaz, en el que la
sangre del monstruo mitológico se convierte en caballo alado. Es este momento
dinámico el que el artista capta de forma magistral, en una sencilla
composición diagonal en la que los trazos difuminados, que parecen dotados de auras, sugieren un
proceso de metamorfosis.
Junto a estas obras magistrales de
Zóbel, podemos encontrar otras que nos resultan tremendamente extrañas para el
estilo del pintor: Obras como Bronce I o
Santa Faz II, ambas de 1959 en las
que encontramos colores llamativos, metálicos, trazos incisivos y relieves, que
nunca habíamos visto en la obra de este artista. Puesto que estas obras son
realizadas en los últimos años de los cincuenta, tan solo dos años antes de que
Zóbel se asiente en España y funde en Cuenca el museo de arte abstracto
español, podemos suponer en ellas un cierto acercamiento a las obras de los
principales artistas con los que el pintor se relacionaría en España y que
expondrían junto a él en el museo conquense. Quizá a quien más nos remiten
estas obras sea a Tapies, en cuya abstracción juegan un papel fundamental las
texturas y los relieves.
Es evidente que nos encontramos ante
un exhibición de visita obligatoria, que permite disfrutar de una serie de
obras Zóbel muy poco conocidas, pero indiscutiblemente valiosas en su
trayectoria. No podemos entender su famoso Ornitóptero,
actualmente en el Museo de Arte Abstracto Español, sin habernos detenido a
contemplar sus obras de esta etapa, y la galería Cayón ofrece la ocasión
perfecta para hacerlo, mediante un espacio diáfano en el que las diversas pinturas
de tinta inyectada rodean al espectador, permitiéndole una contemplación tan
serena y pausada como las propias obras requieren. Mientras, las obras más
extrañas de Zóbel, aquellas en las que podemos apreciar la influencia de los
pintores abstractos españoles, aguardan al espectador en lo más profundo de la
galería.
Sin duda esta exposición de Zóbel
ofrece una experiencia estética singular, propia e indiscutible, que supone un
punto y aparte en la historia de la pintura abstracta.
María Utrilla Julve
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