Entro en un espacio con paredes blancas. El blanco simboliza lo neutro, la limpieza, el origen y el privilegio de actuar. Superpuesto al blanco inmaculado me encuentro unas pinturas sucias, frutos extraños de un cuerpo que no conozco. Leo los trazos, los gestos, los colores y las formas desde mi cuerpo y memoria. Encuentro fragmentos de historias personales, tejidos con manchas que bailan sobre los cuadros. No encuentro la diagonal, siento el circulo y los diferentes cambios de perspectivas. Me encuentro en la exposición Strange Fruit de Marian Alzola en el espacio independiente Cruce, ubicado en la calle Doctor Fourquet de Madrid. Puedo hacer una sucesión de datos curriculares de la galería o de la artista, no lo hago como posicionamiento político y artístico. Cualquiera que necesite más información sobre alguna de las dos puede buscar en Internet y encontrará una serie de fechas y datos que sitúan ambas en una narrativa lineal, la cual trataré de evitar en este texto.
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Pensar y mirar son dos acciones que se dan cotidianamente en Cruce, distanciándose de la mera articulación galerística para promover otro tipo de relaciones entorno al arte y al pensamiento. Cruce se posiciona como espacio de encuentro entre la teoría y la practica artística. Cuando hice el ya mencionado ejercicio de búsqueda en Internet, me encontré con un texto de Marian en el que la artista hablaba de la diferencia entre espacio público y espacio privado. Vuelvo a la dicotomía espacio público/espacio privado para interrogarla. Recuerdo a Mujeres Creando y las palabras de Maria Galindo, su fuerza poética y política cuando describe cómo el cuerpo de la mujer desnudo en el espacio público lo transforma en espacio doméstico. ¿Cómo podemos aprender de conocimientos no hegemónicos, no masculinos, no europeos, no blancos? Pienso que callar y escuchar es un buen ejercicio. Escuchar las imágenes producidas por Marian me hace pensar sobre cómo el cuerpo de la mujer transforma el espacio expositivo.
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Un jueves soleado me encontré con Marian en Cruce para charlar. Allí, en el interior del espacio expositivo, le pregunté por la utilización de la palabra y el texto en sus pinturas. Su respuesta fue ''lo hago de manera azarosa, cuando pinto trato de evadirme y utilizar el cuerpo''. Pensamos el cuadro y la pintura como cuerpo expandido. El cuadro, bajo esta perspectiva, se transforma en herida. Una mujer se tapa la cara mientras otra mujer mira al horizonte. Una rechaza al espectador, la otra simplemente no lo necesita, deviene independiente. La representación masculina de la mujer necesita al espectador, haciendo que el cuerpo femenino se transforme en objeto.

Giro por la sala cómo una peonza, miro igual que una peonza nos mira. Todo se mezcla y la mirada se vuelve difusa, en movimiento. La peonza gira y golpea a una Marilyn decapitada, vuelan fragmentos de su cuerpo por la sala y acaban sobre las pieles colgadas en la pared, goteando mascaradas.

Subo las escaleras y
desaparece el espacio ‘doméstico’. Ahora veo todo desde arriba y me encuentro frente a los restos de una fiesta rosa. Recuerdo a Cindy Sherman, comprendo que llego tarde, que esta fiesta fue sin mí y me lleno de alegría. Me alegro de ver representaciones de mujeres empoderadas realizadas por mujeres empoderadas, que tanta falta nos siguen haciendo después de que Linda Knocklin se hiciese esa gran pregunta – que, considero, debe ser constantemente recordada - ¿Por qué no hay más grandes mujeres artistas?. Al final de nuestra conversación concluimos que nada es completamente azaroso, buscamos y encontramos.
En la 3 planta del Museo Reina Sofía se encuentra una pequeña sala en la que las artistas mujeres de la vanguardia europea siguen siendo algo exótico, son mostradas como algo excepcional. Viendo esta exclusión en términos de representación, que se dilata en el tiempo y espacio, considero que el acto que realiza Marian desde las heridas de su cuerpo sigue siendo tan necesario como siempre. La Historia es lineal y se esfuerza por borrar las memorias circulares y discontinuas. Nos atraviesan diagonales y contestamos con manchas.
1. Marian Alzola, Colada, 2012.
2. Artemisia Gentileschi, Judith decapitando a Holofernes, 1614–1618.
3. Cindy Sherman, Sin título núm. 175, 1987.
4. Marian Alzola, Saturno, 2014.
N.
N. es una mala firma.
ResponderEliminarNo le digas al lector que puede buscar si quiere el currículo de la artista o de la galería en internet. ¡Pues claro que puede hacerlo si le interesa!
No se lo digo al lector en abstracto, lo comento como forma de dirigirme a la estructura normativa de exposición y a los comentarios emitidos en la presentación de clase.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSi no me equivoco, se trata de la única crítica, entre las muchas que se han ido publicando, que adopta la primera persona; decisión interesante, por distinta y valiente, que no parece entrar en conflicto con la necesaria teorización del texto, dada en este caso por las referencias cruzadas de Y. Klein o L. Nochlin. Hay quien piensa que el crítico, en tanto que periodista, debe neutralizar el estilo, pues la atención que reciba será siempre a expensas de la propia exposición; otros, en cambio, que lo importante es el criterio personal del crítico, e incluso su capacidad para convencer al lector. La aportación de Nando quizá podría suscitar una reflexión al respecto...
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